En una isla escondida, vivían con su familia dos hermanos, Marco y Nina. Eran muy traviesos y les gustaba mucho las aventuras y expediciones. Hace algunos años, habían escuchado una leyenda que contaba la historia de un tesoro escondido, custodiado por un viejo sabio.
Marco impaciente se imaginaba ya con el tesoro en sus manos y todo lo que podría hacer con él. Nina era más tímida y no sabía muy bien lo que quería.
Pero había un detalle. El viejo sabio no dejaba coger ni una parte de su tesoro sin que le respondieran algunas preguntas previamente.
“Hola Niños, ¿qué hacen por aquí?”
Al escuchar esas palabras, Marco y Nina se emocionaron y gritaron en coro: “¡Queremos el tesoro!”.
El viejo sabio añadió: “Este es un tesoro acumulado con grandes esfuerzos…nadie puede llevárselo, sólo se puede obtener una parte del tesoro con la condición de devolverlo dentro de un tiempo y contribuir para aumentarlo cada vez más…para obtener una parte del tesoro, tienen que responder a dos preguntas: si las respuestas son correctas, les abriré la puerta y podrán llevarse su parte, si no, no!”
Los niños, entusiasmados con la idea de tener parte del tesoro, pidieron al viejo sabio que les hiciera las preguntas y le prometieron que cumplirían la condición de devolver el tesoro dentro de un tiempo y algo más para aumentarlo.El viejo se levantó, se puso muy serio, miró al infinito y preguntó con una voz muy poderosa:
Los niños respondieron: –“Es para cumplir un sueño”.–
¡Regístrate!
¡Me gusta mucho su empeño!, dijo el Viejo sabio, solo falta conocer qué harán para aumentar el tesoro que han de usar, al rato de devolver y en cuánto tiempo. Los niños en coro:
“Con los sueños florecidos
en un año volveremos
y con nosotros traeremos
aquello que hemos obtenido.”
Con esas respuestas, el Viejo Sabio más que satisfecho abrió la puerta del tesoro y los niños entraron a tomar su parte del tesoro.